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La infidelidad y la confianza en las relaciones de pareja

La infidelidad al descubierto puede constituirse en una potencial amenaza para la pareja.

No existe una definición absoluta para el concepto; las personas podemos considerar como un acto de infidelidad por ejemplo, una amistad íntima entre un miembro de la pareja y un tercero, un chateo con connotación amorosa y/o erótica, o bien una actividad sexual como tal. El denominador común parece ser, por un lado, el sentimiento de profunda deslealtad y, por otro, el que la acción deja fuera a un miembro de la pareja e instala a un tercero en un espacio de intimidad entendido como exclusivo.

El espacio de exclusividad de una relación de pareja no es un concepto estático, es más bien cultural. Y es justamente lo que puede hacer variar, en diferentes momentos sociales y para diferentes personas, lo que se entiende por conducta infiel. Así sin más análisis, en las sociedades patriarcales ni siquiera el acto sexual con un tercero podría constituir una infidelidad, o más bien no resultaría valido para una mujer el alegato concomitante. En este contexto, no hay exclusividad para la mujer, pero si al contrario. Esta inequidad hace posible que mujeres hasta el día de hoy sean apedreadas si se tiene tan sólo la mínima sospecha que ha sido infiel a su pareja, perdón… a su dueño (exclusivo).

En sociedades como la nuestra podemos encontrar matices en torno a que se define como conducta infiel. Sin embargo y sostenida en mi experiencia clínica, lo semejante sigue siendo el profundo dolor que sufre el/la engañado/a.

¿Qué es lo que duele? La respuesta es muy subjetiva y particular a cada caso, sin embargo si debo encontrar un denominador común es la deslealtad. ¿Porqué no me dijo que algo andaba mal? ¿Por qué me oculto su aburrimiento? O ¿Por qué necesitó otro cuerpo si siempre me sentí tan deseada/o? Cada una de estas preguntas, ya sea en hombres o mujeres, delata la mayor de las acusaciones que se le hace al infiel…. Porque no fuiste honesta/o conmigo?

Siempre hay motivos que provocan la infidelidad, unos más profundos y otros más circunstanciales; buscar valoración, la monotonía de la relación, una vida sexual deficiente, dependencias emocionales primarias, la búsqueda de sensaciones y experiencias novedosas, alardeos de poder, búsqueda de libertad, en fin, he sido testigo de innumerables motivos que aduce el inculpado y que no aminoran ni una milésima el dolor del engañado.

Sea cual sea el motivo, sea una infidelidad amorosa y/o genital, lo que no puede comprender el engañado/a es la deslealtad y lo que no se puede aminorar es el dolor por sentirse invisible, ajeno, o sacado de la experiencia del amado.

Y quiero ser enfática con algo, aquí no se trata de evaluar o medir cuánto amor pueda existir en una pareja que sufre esta situación, como tampoco es posible, desde un análisis simplista, decir que la pareja que atraviesa por este momento tenga necesariamente que fracasar o separarse.

La posibilidad de reconciliación y reconstrucción de la relación pasa, a mi juicio, por el tipo de confianza depositada en el otro, por la capacidad reparatoria que tenga el responsable para alivianar de forma progresiva el dolor del engañado y quizás lo más importante, por las razones que existieron para justificar la relación hasta el momento de la develación de la infidelidad.

No hay amor incondicional en una relación de adultos, las relaciones humanas tienen límites y la relación de pareja, en nuestra cultura, posee el límite de la exclusividad erótico-amorosa, desde el cual se estructura la confianza en el sujeto amado.

José Andrés Murillo,elaboró en el año 2012 un ensayo titulado “Confianza Lúcida”. Por confianza Murillo entiende una energía invisible que integra y sostiene la estructura fundamental de las relaciones personales, permitiendo la coexistencia pacífica y la estabilidad de la relación. El concepto “confianza Lucida” propone una salida al binario confianza-desconfianza. Se trata de cimentar la confianza en el ámbito del reconocimiento mutuo, la responsabilidad con el otro y el cuidado. En contraposición a la confianza ciega, esa que “nos han enseñado debemos tener en el amado”. Murillo dice que la confianza ciega es una mala ilusión,” pues niega, no se atreve a ver ni pedir que se hagan presente los límites y las condiciones”.

En el plano de las relaciones de pareja, la confianza ciega es el antifaz que no nos permite ver la posibilidad de la infidelidad, en cualquiera de sus formas. Una confianza que se basa en la creencia del amor eterno y la relación cierta hasta los últimos días. La confianza ciega niega la posibilidad de la distancia, el desapego, los efectos de la rutina, las transformaciones que todos sufrimos en nuestras necesidades con el correr del tiempo.

En cambio la confianza lúcida que plantea Murillo, reconoce el ejercicio de conciencia y cuidado mutuo de la estructura de la relación, es decir, sus límites.

Confiar activa y comprometidamente sin ser ciegos a las vicisitudes amorosas entre dos personas en constante transformación, podrá generar cimientos reales en una relación y por tanto cuidado continuo de su límites.

Todo espacio existe gracias a los límites que se establecen. La confianza lúcida en la pareja permite VER al otro sin fusionarse y así representare mutuamente, reconocerse, SIN PERDERSE DE VISTA.

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