El imperio de los sentidos
Evolutivamente, nuestro cuerpo está preparado para el contacto, la vinculación y el placer. Nuestra postura bípeda nos ha proporcionado la posibilidad de liberar las manos, ya no necesarias para trasladarnos, sino manos libres, con dedos que acaban en yemas sensibles y no en garras o pezuñas, manos preparadas para tocar, acariciar, abrazar... La posición de los senos y de los genitales, más frontales que en otros animales, propician el encuentro. Más aún el hecho que nuestro erotismo no este regulado por ciclos hormonales, hace posible que el contacto sensorial y sexual sea un acto voluntario y elegido.
La actividad sexual humana se diferencia de los actos de apareamiento de las especies inferiores, justamente en que su fin no es meramente reproductivo, sino fundamentalmente una experiencia de placer.
Un cuerpo con más de cinco mil receptores sensoriales salpicados a lo largo y ancho de más de dos metros cuadrados de piel. Una piel sin pelaje, desnuda, que forma una enorme zona erótica en la que cada cual, según su experiencia, podrá descubrir sus rincones preferidos, construyendo su propio mapa erótico… por cierto, nunca definitivo.
El placer sexual no se limita al acto penetrativo. La búsqueda del goce en el encuentro de los cuerpos se relaciona con el aprovechamiento de nuestra capacidad sensorial. Desde aquí, la palabra sensualidad adquiere su real dimensión en el contacto sexual.
La sensualidad emana a través de los sentidos. La caricia sensual es un arte que se lleva a cabo con todos ellos. Acariciar no es solamente tocar o palpar. Es, también, ver, oler, oír y gustar.
Saber cómo explotar el potencial sensorial puede revitalizar el encuentro erótico, haciendo de este un acto más integral y juguetón al mismo tiempo que más asombroso para cada uno de los amantes.
EL TACTO
Posiblemente éste sea el sentido más conocido y utilizado en la relación sexual. Ahora bien, qué tanto provecho obtenemos de él puede ser el desafío.
Muchas parejas se limitan a caricias muy someras, muy estereotipadas, muy rápidas y superficiales, que generalmente terminan siendo una rutina mecánica e indiferente. Otros amantes terminan por merodear zonas muy específicas en busca de la respuesta excitatoria fácil e inmediata.
El cultivo del tacto como sentido, no es limitante. No se trata de descubrir “botones”. La sexualidad y la erótica humana no se reducen solamente a unas zonas. Podría decirse, sin miedo a exagerar, que todo el cuerpo humano es erótico, y que todo rincón de éste merece una caricia específica.
Descubrir la sutileza del tocar es la apuesta. Cada rincón del cuerpo del amante reacciona diferente a distintas caricias. Habrá algunas zonas que requieran suavidad otras, ritmo; algunas veces la caricia necesitará presión; otros rincones necesitarán de la palma de nuestra mano, otras de las yemas de los dedos. Es más, habrá que sintonizar también con las necesidades y apetencias del momento, sabiendo elegir y combinar según el gusto de nuestro/a amante.
Por otro lado el tacto no se limita a aquello que podemos hacer sólo con nuestras manos. Explorarse a través del tacto implica también saber que hacer con el resto de nuestro cuerpo; las diferencias de temperatura de ciertas zonas, los roces en el torso, los frotamientos de nuestras piernas y pies, lo agradable de nuestras hendiduras y redondeces; la búsqueda de aquello más blando o de aquello más turgente.
A muchas parejas les vendría muy bien esta sugerencia: vivir su sensibilidad de vez en cuando a través del tacto. Sin más. Sin proponerse llegar a la relación sexual. Es una forma muy delicada de explorarse, de conocer lo que cada cual siente y lo que cada cual prefiere.
EL OÍDO
El oído es un raro sentido en la vida erótica de cada persona. El oído es receptor de la palabra. Pero también de ruidos o de silencios. Hay personas que encuentran más apetecible el silencio, para otras la música adquiere un papel importante en el encuentro sexual. Otras gustan de hablar o de que les hablen. Muchos disfrutan con algunas expresiones o ruidos en los momentos de mayor excitación. Por tanto no hay una sola forma de hacer del oído un sentido al servicio del goce sensual.
Habrá entonces que explorar. Expresiones líricas o cariñosas, gemidos o quejidos al oído, silencios que hacen la diferencia en el momento apropiado. Frases sensuales, o quizás para algunos/as más bien transgresoras, piropos o palabras “de amor”.
El sentido del oído es así una antena de la erótica, un vehículo posible de utilizar en la experiencia sexual. El oído no es sólo para ser mordido o lamido, cosa que creen algunos/as, sino fundamentalmente un sentido que aprovecharemos para alentar la experiencia erótica de nuestro/a amante.
Apostaremos a encontrar y descubrir cuál es la necesidad auditiva de nuestro amante y también la nuestra. Recuerden que no se trata de frases hechas o gemidos prefabricados que el otro/a quiera escuchar. Más bien la idea es potenciar nuestros oídos como instrumentos de goce y gratificación sexual.
EL OLFATO
Sobre el sentido del olfato hay un hecho muy curioso: hemos perdido la capacidad de cultivarlo humanamente y hemos cedido terreno para que este sentido sea explotado comercialmente. Y más aún, hemos descalificado y desprestigiado el olor natural de nuestros cuerpos.
Perfumes y cosméticos cubren aromas naturales, que de ser cultivados y reconocidos serían tan provocadores como aquellos. Oler un cuerpo, una prenda, una cama… es una experiencia vivida, concreta y única. No hay un cuerpo que huela igual que otro, cada amante tiene sus singulares y particulares aromas, lo mismo que cada lugar o zona corporal.
El olor humano —olor de cuerpo, de presencia entera— es objeto de atracción. El olor inspira, despierta el deseo y es un gran estímulo erótico. Por ejemplo, el olor de la piel. El mismo olor de la transpiración normal, que entrega el cuerpo de la persona deseada puede ser un aliciente a nuestra excitación. El olor de los órganos sexuales son igualmente matices muy dignos de ser considerados para el cultivo de la caricia erótica.
Sin embargo, también es cierto que ciertos olores pueden producir distancia y provocar rechazo. Cuerpos sin higiene básica, bocas con mal aliento o pies que no pueden ser desnudados por temor al rechazo, serán poco atractivos para explorar olfativamente.
Más allá de esta aclaración, el aroma particular del cuerpo de nuestro amante será un aspecto que se recuerde vividamente posterior al encuentro sexual. ¿cuántas veces el aroma del otro/a se queda con nosotros por horas e incluso por días, como un recuerdo vivido de aquello que aconteció? .
EL GUSTO
Besar, para muchos, es uno de los placeres más grandes de la vida en pareja. El intercambio sensorial que produce un beso puede ser determinante para poner en alerta a los otros sentidos.
El beso es, posiblemente, la forma de caricia más conocida, más admitida y más cultivada. Hay distintos besos, algunos más sutiles, otros más profundos. Algunos más sabrosos y jugosos que otros. En cada encuentro de boca con boca podemos disfrutar del gusto o sabor más particular de nuestro amante.
El beso hondo es un contacto de labios y de lengua, que no excluye el sabor de la boca de la persona deseada. Pero el beso en la boca es solamente un ejemplo. El gusto se da igualmente en el sabor de la piel a lo largo de todo el cuerpo. Muchas personas sienten preferencia por saborear distintas zonas del cuerpo de su pareja. Y sus testimonios son reveladores.
La naturaleza, evidenciada en el cuerpo de nuestro amante, otorga sabores para todos los gustos. Algunos preferirán gustar más de unas zonas que de otras; así lo que para algunos será muy apetecible, puede resultar sin especial interés para otras.
Por otro lado, existen diversas formas de saborear a nuestra pareja. Algunas veces desearemos besarlo, otros lamerlo o quizás, chuparlo. Utilizar el sentido del gusto en el encuentro sexual, significa aprovechar para nuestra excitación y la de nuestra pareja el sabor de nuestro cuerpo, más que “utilizar el beso o la lengua desde un sentido táctil”. Dejemos que el sabor del otro nos provoque y guíe nuestro actuar.
LA VISTA
A través de la mirada se pueden expresar todas las emociones posibles y producirlas también, por lo que explorar el efecto y habilidad de nuestra mirada puede ser un entretenido juego de a dos.
La mirada es una caricia. Y acariciar con la mirada merece también su cultivo en pro de una erótica más sutil y singular.
Una mirada puede invitar, del mismo modo que puede pedir o entregar. Saber mirarnos a los ojos puede traducirse en aprender un nuevo lenguaje erótico. ¿cuántas veces solo ha bastado una mirada, desde un extremo a otro de un lugar, para reconocer las intenciones eróticas de nuestro amante?
Mirarnos desnudos, reconocer nuestros cuerpos, sus movimientos, sus colores, sus formas. Mirar la cara de nuestro amante en un momento de provocación, de excitación. Reconocer sus necesidades sexuales sólo con mirarlo/a. la vista nos entrega infinitas posibilidades de vinculación, de entrega y recepción.
Verse y mirarse es una condición para admirarse. Cuidado con entramparse en los estándares del “cuerpo perfecto”. Cuando nos reconocemos, a través de mirar al otro en un encuentro sexual, no se miran tallas… se miran expresiones, se miran movimientos, se mira cadencia.