El hombre sexual
El año pasado, Hanna Rosin, periodista de la revista estadounidense “The Atlantic “, sorprendió con su libro “THE END OF MEN”, donde describe, a través de una serie de cifras y recopilación histórica, un hecho que a ella le parece, a estas alturas, una realidad ineludible: la desaparición del hombre, o más bien de esa masculinidad tradicional que pesa sobre tantos del género masculino hasta nuestros días.
Sin explayarme en el libro, lo que quiero resaltar de él, para esta columna, es la idea de que la manera de definir la masculinidad por tantos años, resulta tan estrecha y limitada que ya no sirve a los hombres, a las mujeres, ni a las parejas.
Si en lo social el hombre hoy ya no es valorado sólo por su musculatura, su puesto de trabajo su capacidad intelectual, o su billetera… ¿qué pasa en el terreno sexual respecto de lo que hacen los hombres desde antaño a lo que se espera de ellos como amantes, hoy?
El mandato tradicional del ser hombre vincula, fuertemente, el ámbito sexual a la masculinidad. Dicho de otro modo, el tener relaciones sexuales, la frecuencia de éstas, el número de experiencias sexuales fueron por todo un siglo demostraciones de masculinidad. Esto parece estar cambiando, pero no debe entenderse como algo que ha desaparecido. Constantemente vemos que los medios sobreestimulan la idea de un hombre hipersexuado. Se nos muestra que un verdadero hombre siempre estará dispuesto para el sexo, será un gran seductor y tendrá éxito en la conquista. Todos estos comportamientos serán una prueba de virilidad.
Sin embargo los tiempos cambian y las mujeres han ganado poder y voz en el encuentro sexual. Las mujeres son capaces de expresar su deseo sexual, tomar la iniciativa, dominar el espacio íntimo e incluso relacionarse sexualmente sin mayores expectativas a largo plazo. ¿Qué ocurre entonces? El hombre queda sin su típico libreto y... no funciona.
Como he afirmado en cada una de mis columnas, las relaciones sexuales son para intercambiar placer. El espacio sexual debe ser concebido como un espacio de relajo, sin exigencias, un espacio para fluir, jugar, pasarlo bien. La masculinidad tradicional pone en el desempeño sexual el acento de la hombría y eso ha creado malestares masculinos muy típicos.
Aun, en la actualidad, muchos hombres, incluso jóvenes, siguen persiguiendo cumplir objetivos no sexuales por medio del sexo. Conseguir éxito, estatus, reconocimiento de su identidad masculina (sobre todo si se teme de la homosexualidad). En estas circunstancias, este hombre buscará demostrar capacidad de conquista, potencia sexual, rendimiento, importando cumplir un rol, y sobrecargando de tensiones la intimidad. Aquí el placer será secundario y lo más probable es que el resultado, más temprano que tarde, depare fracasos.
Esta forma de ser hombre sexual, lo confirmo, está en extinción o por lo menos eso necesitamos que ocurra, si lo que queremos es hacer del sexo un espacio de encuentro equitativo y por tanto interactivo.
Ya no se necesita de aquel hombre que reduzca el sexo a una mera gimnasia o acto de cacería, que puede ser divertido como juego pero que limita, enferma y neurotiza las mentes masculinas.
Creo que el cambio se va gestando y confío que así sea. La idea no es que los hombres desaparezcan, sino que se transformen en amantes menos exigidos y más juguetones. Muchos hombres están en el camino de aprender que no podrán alcanzar el placer que desean mientras no se den cuenta de que el contacto sexual más efectivo no es algo que un hombre hace a una o por una mujer, sino algo que el hombre y la mujer hacen juntos como personas en igualdad de condiciones.