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¿Qué puede afectar nuestra excitación?

“Todo empieza bien pero de repente me desconecto”. Esta frase, muy decidora por cierto, seguramente la hemos dicho alguna vez o la hemos comentado con amigas a propósito de situaciones que se han vivido y que pueden traer problemas e incluso conflictos en medio de un encuentro íntimo.

Saberse poco excitada o tener la sensación que nos cuesta “provocarnos” con las caricias y juegos que son parte de un espacio sexual, es una experiencia posible en cualquier mujer. Cuando comenzamos a tener intimidad con una nueva pareja, cuando estamos muy preocupadas por otras cosas, cuando estamos cansadas o cuando las caricias no resultan apropiadas en intensidad o en forma, podemos sufrir descensos en nuestra excitación. Las fluctuaciones en la curva de excitación son normales y lo único que tenemos que hacer es buscar o pedir aquello que nos ayudará a recobrar nuestra excitación.

Sin embargo hay ocasiones en las cuales frente a esta situación algunas mujeres se paralizan al pensar que no podrán recobrar la excitación y suelen interrumpir el acto sexual o bien apurarlo para que todo termine luego. Cuando esto ocurre podemos estar jugándonos una mala pasada al interrumpir la posibilidad cierta de volver a provocar nuestro cuerpo. Cuando ello ocurre de forma recurrente lo que podemos estar haciendo es inhibir el placer del encuentro sexual, haciendo que éste se torne poco grato y tengamos pocas ganas de propiciar un nuevo encuentro.

Cuando las mujeres se sienten con pocas habilidades para obtener o mantener la excitación (y la respuesta de lubricación propia de la fase de excitación) hasta la terminación de la actividad sexual, es posible que estén padeciendo de un trastorno excitatorio.

Sentirse excitada es fundamental para tener un orgasmo. La excitación es también una condición necesaria para que la penetración sea grata y no duela. Las mujeres tenemos distintas formas de evaluar cuán excitada nos encontramos, por ejemplo observando la humedad o lubricación genital, la apertura de nuestra vulva o la sensación de distensión o ensanchamiento de nuestra vagina , e incluso la facilidad con la que se separan nuestras piernas puede ser un buen indicador.

Del mismo modo, las mujeres tenemos formas de provocar la excitación cuando sentimos que la hemos perdido, por ejemplo buscar un mejor acercamiento corporal, jugar a frotar nuestros genitales con nuestra pareja, o pedir determinadas caricias para volver a excitarnos. Dejar de hacer cosas, paralizarnos, o culpar al otro por nuestra falta de excitación, no son las mejores respuestas cuando nos sentimos poco excitadas.

En algunas fases de la vida se puede ver entorpecida nuestra capacidad excitatoria. Por ejemplo, la disminución de los niveles de estrógenos durante la menopausia o la posmenopausia puede causar dificultades para lograr y mantener un buen nivel de lubricación. Del mismo modo, el período de posparto y la lactancia, pueden traer dificultades para excitarnos. En ambos casos, una solución posible será utilizar un lubricante que nos permita suplir la poca lubricación y permitirnos seguir el encuentro, dándonos todo el tiempo necesario para las caricias que nos vayan estimulando.

Algunas condiciones de salud como tener Diabetes Mellitas, o haber sido sometidas a una radioterapia o a una extracción ovárica completa, así como trastornos neurológicos, endocrinos o del metabolismo pueden también afectar nuestra excitación.

Por último también algunas sustancias o fármacos pueden entorpecer nuestra excitación. Los anti-hipertensivos, la ingesta crónica de antihistamínicos o la utilización de algunos antidepresivos pueden entorpecer nuestra capacidad para lubricarnos y excitarnos.

En estas situaciones las parejas deberá ajustar su práctica sexual, otorgando más tiempo a las caricias antes de la penetración de manera de no incorporar más ansiedad al encuentro sexual.

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