La llegada de los hijos: un gran desafío para la pareja
Generalmente se considera pareja a dos personas, independiente de su orientación sexual, que mantienen un lazo amoroso y un proyecto común.
Sin embargo esto encierra algo más complejo y trabajoso. Llegar a ser pareja implica haber sido capaz de desarrollar un espacio nutritivo y de crecimiento pero también de reglas y valores compartidos, independientes y paralelas a las leyes que rigen el funcionamiento individual. Se trata de haber creado una identidad común, además de las individuales ya existentes.
Las parejas enfrentamos y es natural que así sea -si pensamos que somos sujetos diferentes que debemos construir una identidad común- diversos conflictos en nuestra convivencia: problemas de comunicación, diferencias en las tareas cotidianas, problemas con el manejo del dinero, por ejemplo, todos los cuales van desafiando nuestra capacidad para establecer acuerdos y desarrollar estrategias donde nadie se sienta descalificado o enjuiciado.
La llegada de los hijos obviamente tiene diversas consecuencias para la pareja. Incluso, aun cuando la llegada de los hijos haya sido concordada y planificada, la relación de pareja sufrirá un impacto en su dinámica. Algunas parejas pueden sobrellevar el periodo de crianza de mejor forma que otros. La razón probablemente radica en no olvidar la relación y sus necesidades específicas.
Cuando una pareja cambia el foco y su atención se encuentra sólo dirigida al hijo/a o hijos/as, probablemente perderá de vista el auto y mutuo cuidado de sus miembros, haciendo posible que cualquier diferencia, se convierta en una lucha con el enemigo y por tanto con escasas posibilidades de establecer acuerdos, siendo más bien un enfrentamiento donde uno gana y el otro pierde.
Es posible también que la llegada de los hijos/as haga perder de vista a la pareja y la identidad de ésta se diluya en función de una identidad colectiva, la familiar. En este contexto la pareja pierde su dinámica de desarrollo dejando de resolver los conflictos naturales que debe enfrentar en las diferentes etapas de la vida en común, haciéndose cargo más bien de los conflictos de los hijos/as.
Por ello no resulta raro que las parejas consulten o lleguen a terapia “en el mejor momento de sus vidas”. Para muchas personas el periodo comprendido entre los 30 y 40 años, es una etapa donde se ha formado pareja, se ha tenido hijos, se tiene un hogar y un trabajo estable…. Probablemente muchas de las metas de la adolescencia se sienten cumplidas y… sin embargo algo ya no resulta “estamos juntos pero estamos tan lejanos, que ya no nos reconocemos”
¿Que se ha perdido de vista? Probablemente la llegada de los hijos ha dejado “en pausa” la resolución de los conflictos naturales y necesarios para la construcción de la identidad y el proyecto común. La pareja requiere solucionar problemas que se suscitaran en este camino compartido y de convivencia cotidiana: el manejo de los impulsos, la agresividad, la timidez, las vergüenzas, los conflictos de autoridad de cada uno, el deseo sexual y la frecuencia de los actos íntimos, la compatibilidad de caracteres y la pertinencia de los proyectos, individuales y comunes.
En suma, la pareja requiere hacer frente a una serie de conflictos y situaciones críticas en su camino de construcción de una identidad y proyecto común. La llegada de los hijos, tendrá siempre un impacto en la relación de pareja, pero no necesariamente debe dar por resultado lejanía y distancia afectiva a tal punto que los miembros de la pareja no se reconozcan.
Estar consciente del camino que se debe recorrer, de los periodos de ajuste que se deben enfrentar, de los conflictos que se deben subsanar, es un factor protector para la salud de la pareja. Del mismo modo, mantener la identidad de la pareja en justa convivencia con la identidad familiar, tener ganas de crecer y crear juntos y no vivir de ideales, sino partir de lo que hay, son factores que aportarán a recibir los hijos cuando se decida crear también una nueva identidad, la familiar.