La fantasía sexual y sus beneficios
Las fantasías son como los fantasmas. No son reales, pero existen. A tal punto que la definición de Sexualidad de la Organización Panamericana de la Salud comprende a las fantasías entre las manifestaciones principales de la sexualidad.
Las fantasías sexuales son representaciones mentales imaginarias que estimulan y/ o acompañan los actos sexuales. Es una importante actividad erótica que permite trascender la limitada realidad, potenciando el deseo.
Sin embargo, hablar de fantasías sexuales y más aún reconocer las propias suele causar temor, pudor o ansiedad. Ello resulta divertido si pensamos que en general hombres y mujeres ocupamos una buena parte del día en fantasear. Imaginamos por ejemplo, el día de mañana, fantaseamos con una buena siesta luego del almuerzo, imaginamos cómo serán nuestros hijos cuando grandes, fantaseamos con ese automóvil último modelo en nuestras manos… en fin, concordarán conmigo que la fantasía y nuestra infinita capacidad de imaginar nos acompaña continuamente produciéndonos diversas emociones y sensaciones, que pueden ir desde la ira a la felicidad.
Entonces, ¿porqué nos resulta tan difícil aprovechar la infinita capacidad que nos da nuestro cerebro para imaginar o fantasear sexualmente? Entre las explicaciones posibles, quizás la más acertada, es porque creemos que imaginar puede ser peligroso, puede motivarnos a concretar la fantasía o bien puede hacernos pensar que nuestra relación de pareja está pasando por un mal momento.
Nuestra cultura occidental ha extendido el concepto de “pecado de acto” a “pecado de pensamiento” invalidando y desprestigiando a todo aquel que se complazca en sus fantasías. Pero la sexología clínica consagra a la fantasía sexual como un instrumento de tal validez, que sin ella el deseo sexual se dificulta e incluso se torna inexistente.
La fantasiía sexual es un pensamiento o una imagen no seguido de acción. La fantasía en sí es una actividad sexual, una actividad mental fundamental cuyo motor es el deseo no satisfecho en la realidad, el cual se busca satisfacer a través de la imaginación.
Frecuentemente escuchamos que el cerebro es nuestro órgano sexual más importante, sin embargo a menudo no reconocemos el rol que juega en el goce sexual, la excitación y la provocación sexual.
Stenwaga (1980) afirma que la sexualidad es la única función en el desarrollo de la personalidad, que empieza por la imaginación, por una representación de lo que puede ser el acto sexual, antes de vivirlo. En plena pubertad es la fantasía la que nos provee del escenario para “atrevernos” a sentir sexualmente. Todos recordaremos aquellas primeras imágenes que nos permitieron besar al ser amado, acariciar su cuerpo, imaginar el acto sexual, ensayar y satisfacer el impulso sexual sin tener que hacerlo en la realidad. Con el paso de los años todas estas primeras representaciones y otras obtenidas en nuestra trayectoria biográfica se integrarán en una red de significados, propia de cada sujeto, para constituir finalmente la imaginación erótica del individuo.
Sin embargo, en este camino tan natural que sigue nuestro desarrollo psicosexual pueden existir obstáculos que repriman o inhiban esta tremenda capacidad propiamente humana. Necesitamos sentirnos y aceptarnos como seres sexuales, para poder sentirnos cómodos teniendo pensamientos y fantasías sexuales. En los primeros estudios sobre fantasía sexual femenina, muchas de las mujeres entrevistadas no sabían que sus pensamientos podrían ser fantasías sexuales. En esos años, hace más de 4 décadas, a las mujeres no les era permitido, socialmente hablando, identificarse como sujetos sexuales y por ello tampoco, que alguna conducta, actitud o pensamiento tuviese ese matiz, aun cuando realmente lo fueran. Al contrario, lo sexual parece anclarse a la identidad masculina desde siempre lo cual implica que un hombre no solo tiene el permiso, socialmente hablando, sino también el deber de desarrollar fantasía sexual. Desde ahí que muchos hombres anden siempre explorando posibilidades desde las que construir fantasía sexual.
Todas nuestras experiencias vividas o incluso fantaseadas o inventadas en la infancia o cualquier otra etapa de la vida, alimentan nuestras fantasías. Pero también proveen de inspiración todo lo que leemos en revistas o libros de estudio, vemos en TV, encontramos en Internet o escuchamos en la radio o por boca de nuestros amigos o colegas. Todo enriquece nuestra fantasía sexual. Conocemos el efecto favorable de mirar un filme erótico, solos o en pareja, como forma de incrementar la fantasía y luego, el deseo sexual.
Muchas personas, y fundamentalmente mujeres me preguntan si hay algún contenido anormal en la fantasía, algo sobre lo cual no se pueda fantasear, porque constituye enfermedad. La respuesta a eso es más bien descriptiva y cumplo con señalar que en las investigaciones realizadas para identificar los contenidos más frecuentes de las fantasías en hombres y en mujeres heterosexuales, se mencionan como contenidos predominantes, las fantasías de “sumisión o entrega de control”, “el acto sexual homosexual como fantasía femenina”, aquella que refiere a tener “sexo con un extraño”, la fantasía basada en la “experiencia pasada” y aquella donde se es la “chica mala”.
También, hombres y mujeres pueden fantasear con la idea que un grupo (muchas amigas deseando a un hombre) e incluso un número significativo de personas (un club lleno de hombres admirando a una mujer, por ejemplo) deseando nada más que admirar y poder tocar a este/a sujeto/a tan excitante.
Una fantasía que los hombres abandonan en la actualidad y que las mujeres hacen suya cada vez con mayor frecuencia es la fantasía de “Dominación”. La fantasía esta en controlar no sólo la situación, sino también el tipo de prácticas a implementar así como el ritmo y oportunidad de ellas. Se trata de utilizar a los hombres para su placer, al menos en sus fantasías. La idea es obtener lo que se quiere, usando cualquier medio que sea necesario.
Y aunque resulte difícil de aceptar la fantasía de “incorporar el dolor en la práctica sexual” es un contenido presente en la fantasía femenina más que en la masculina y es mucho más frecuente de lo que se piensa. No se trata de querer sentir dolor durante el acto, sino tan sólo de significar el dolor como algo excitatorio en sí mismo. Por último, una fantasía sexual puede ser también imaginar acción, posición y actitud, a modo de fotografía instantánea, de algo que experimentamos en nuestra intimidad y que nos sorprendió positivamente.
Cualquier contenido cabe, pues la fantasía es sólo eso, fantasía, y no debe conducir a hacer lo que se fantasea en la realidad. Si aquello ocurre, la fantasía pierde su poder excitatorio e incluso concretarla en la práctica, puede resultar evitativo o poco agradable.