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El imperio del coito ¿Hasta cuándo?


La supremacía del coito como la forma más valorada de encuentro sexual, podría ser entendido, en un contexto global, en épocas donde el crecimiento de la población era una necesidad. Tiempos de post guerra o de conquista territorial hacían que el coito fuese “necesario” dentro del plano sexual, de manera tal de permitir no sólo el placer sino también la “producción”. En el terreno individual, también se comprende la sobreutilización del coito si pensamos en el deseo de reproducirnos y ser padres.

Sin embargo, el ser humano, posee capacidades infinitas de brindar y recibir placer sexual. Y ese es el punto para reposicionar al coito como sólo una de tantas prácticas sexuales.

¿Porque resulta importante esto? Pues bien, porque el coito sobrevalorado nos limita en la intimidad y muchas veces ocasiona malestar e incluso sufrimiento. Doy algunos ejemplos de esto que afirmo: resulta tremendamente doloroso ver a un hombre que por condiciones orgánicas asociadas a una enfermedad, como diabetes, cáncer, o algún problema neurológico no conciba (o no se atreva) a ser un buen amante en ausencia de un pene erecto capaz del coito. O cuando una mujer con estrechez vaginal, siente que su impulso sexual debe ser reprimido pues ella no es apta para el coito y por tanto para ser una buena amante. O cuando una pareja adulta mayor cierra la puerta de su intimidad por temor a no poder satisfacer el deseo de un encuentro penetrativo, porque hay un pene menos turgente y una vagina muy poco húmeda.

Estas experiencias, que veo a diario en mi consulta me hacen siempre abogar por instalar cada vez que puedo el reposicionamiento del coito en su lugar adecuado, es decir como una de tantas otras prácticas con las cuales conseguir excitación y orgasmo. No puede ser que los seres humanos limitemos nuestra gratificación sexual y más aún, suframos por ello, porque “creemos” a modo de verdad absoluta, que el coito o acto penetrativo es “lo correcto, lo normal, lo principal” para la vida sexual.

La naturaleza nos ha entregado una capacidad de goce sexual increíble y los mandatos sociales la han limitado. Es tiempo que privilegiemos el placer emanado del encuentro sexual por sobre una forma impuesta cultural e ideológicamente. Y aprovecho de mencionar que el coito en si mismo no es siempre placentero, toda vez que en algunos casos conlleva exigencias, expectativas e incluso incomodidades que permanecen por años en la intimidad disminuyendo el deseo sexual.

El sexo no se trata de algo serio que uno le hace a otra, se trata de un acto juguetón, interactivo, equitativo, sensorial, que busca hacernos sentir placer a los que participamos de él, independiente de cuál sea la práctica sexual que utilicemos y de “quién haga qué”. El imperialismo del coito devalúa tantas otras formas de intercambio sexual, como la masturbación, el sexo oral, las caricias genitales, el frote… en fin. Nuestro verdadero órgano sexual es mucho más amplio que los genitales, somos una amplia sábana sensorial que tiene la capacidad de permitirnos tantas formas de estimulación para derivar placer.

Mi experiencia clínica dice que cuando una pareja ha debido mantener una práctica coital como mandato, porque no sabe o porque cree erróneamente que es lo correcto, y esta no suele ser del todo placentera, es muy aliviador el darse permiso para hacer otras cosas, recuperando en poco tiempo goce, excitación e incluso orgasmos perdidos.

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