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¿Con el amor basta?


Es un terreno común, en nuestra educación, el mensaje que suele colocar al amor como sentimiento supremo que envuelve y da sustento a la actividad sexual. Ello puede ser verdadero para una gran mayoría de hombres y mujeres, pero ¿el amor basta para tener una vida sexual satisfactoria?

En la adolescencia, el pololeo generalmente es el contexto donde sentimos empíricamente “el amor” y donde colocamos en juego nuestras primeras habilidades erótico- amorosas. Estas experiencias son el terreno de exploración y ensayo donde se adquieren aprendizajes que se integrarán a la historia individual para hacer frente a los desafíos de la vida futura.

Ya más adultos, hombres y mujeres, al iniciar una relación, nos sentiremos “embriagados de amor” desplegando lo mejor de nosotros para satisfacer a nuestro amado/a, sintiendo que amor y deseo son dos caras de una misma moneda.

Quizás vale la pena preguntarse si lo que aprendimos sobre el amor como ingrediente principal de la actividad sexual, no es más bien ese estado inicial de las relaciones, el enamoramiento. Cuando se está enamorado todo parece posible e ideal, es un estado donde el deseo sexual aflora “espontáneamente”, donde cada uno coloca lo mejor de sí al servicio del placer y agrado mutuo.

La atracción inicial basta para poner en juego innovadores actos de seducción pppara “encantar” al otro, que se ven recompensados ya que nuestra pareja probablemente está haciendo lo mismo. Generalmente, esta primera etapa esté exenta de cualquier conflicto, porque cada enamorado está dispuesto a ceder para conservar la embriaguez de este sentimiento.

Cuando la relación de pareja adquiere cierta estabilidad, nos abrimos también a la posibilidad que el otro nos acepte con todo lo que somos: virtudes y defectos, amigos, familia, trabajo, formas de vivir la vida, estilos de conducirnos en el mundo. Nos presentamos entonces frente al otro como un sujeto real, situando la relación mantenida hasta ahora, en un nuevo contexto.

En este escenario, las actividades de seducción y disposición a la práctica sexual también se reacomodan. Al mostrarnos como sujetos reales, aparecen también en el terreno sexual, las necesidades, demandas y peticiones específicas que hasta ese momento se han dejado a un lado en pro de la conquista y el encantamiento mutuo. Entonces, las acciones movilizadoras del deseo se aquietan y la pareja puede sentir que algo anda mal, pues “ya no es lo mismo de antes”.

Quizás el peligro esté en creer que el amor baste para mantener una vida sexual satisfactoria, o que una vida sexual satisfactoria es una consecuencia natural de la convivencia amorosa.

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